Algo que nos une

Nuestra gastronomía despierta los sentidos y nos invita a pensar. Hablar de nuestra gastronomía ya encierra una pequeña incitación al debate y a la elucubración. Nuestra gastronomía es tan diversa y tan distinta, que costaría hablar de algún elemento con el cual todos estuviéramos de acuerdo a la hora de una definición. Nos hemos puesto muy tremendos. Posiblemente el aceite de oliva sea un elemento fundacional, pero… seamos creativos.

¿Qué tal si hablamos de la tapa? Hablar de la tapa, del pintxo y de su evolución posterior en forma de ración, nos obliga a pensar en un universo común que une comida y bebida, para conformar no sólo una forma de comer, beber, también de socializar.

El origen de la tapa es tan mitológico como el de todas las cosas buenas. Unos hablan de un rey como Alfonso X que inventó un sistema para curar una dolencia a base de pequeñas raciones de comida y bebida. Otros de un rey como Alfonso XII o Alfonso XIII (las fuentes no se ponen de acuerdo) que, parando a refrescarse en una venta, se vio envuelto en una tormenta de arena que obligó a proteger su copa de vino con una ‘tapa’ en forma de loncha de jamón. Y de ahí el bautizo de la ‘tapa’.

Sin embargo, no es hasta la edición del diccionario de la RAE de 1936 cuando aparece por primera vez el vocablo ‘tapa’ con su acepción referida a la pequeña porción de comida que se sirve acompañando a la comida. Y como todos sabemos, es algo más. La tapa, el pintxo, la ración… salir a tapear, a vermutear, es hoy en día no sólo una costumbre más que se va heredando de padres a hijos. También se ha convertido en una suerte de atracción turística, algo que nuestros visitantes llegados de los rincones más alejados del planeta deben llevar a cabo al menos una vez para sentir eso que sentimos nosotros cuando hacemos eso que dijo alguien una vez de ‘comer sin darse cuenta’.

Es comer, es hablar, es compartir. Es probar, es el esfuerzo por parte del restaurador de perfeccionar lo que se ha venido haciendo desde hace décadas y darle una vuelta. Y otra más. Retorciendo conceptos y elementos hasta crear ese pincho innovador. También vale recuperar la simpleza, el pan con lo que sea, pero que ese ‘lo que sea’ tenga calidad.

Y es que, si hoy pudiéramos dividir el país en dos, lo haríamos entre las ciudades que ponen tapa con la bebida y las que no. Las que cobran la tapa con la bebida y las que no. Las que pueden permitirse el lujo de ser o no ser.

La tapa pues, supone un misterio y una revelación. Probar, combinar, dejar algo para mañana, memorizar qué fue lo que probamos… repetir.

Y seguir viviendo.